Érase una vez, un chico y otro chico... Llamémosles Allen y Mitchel.
Ambos recién entraban a la escuela secundaria. Coincidieron en el mismo grupo, pero, al principio, sólo en eso coincidían. Por lo demás, eran totalmente diferentes.
Mientras Mitchel ya conocía a la mayoría de los compañeros, pues habían cursado juntos la primaria en la misma institución, Allen era completamente nuevo, tanto los compañeros como el lugar eran totalmente desconocidos para él, y por lo tanto, parte de esta nueva aventura que iniciaba.
Mitchel era, además, el típico muchacho popular, alegre y vivaracho, lleno de enrgía y una alta capacidad de socializar, que le simpatizaba a prácticamente todo el mundo. Con una vida social tan agitada, y en plena adolescencia, obviamente los estudios y las tareas quedaban en un segundo plano.
En cambio, Allen era más reservado y tímido, y nunca había sido muy bueno para adaptarse a los cambios sociales ni conocer nuevas personas; no me malentiendan, no es que fuera un amargado, simplemente le tomaba más tiempo hacer amigos. Además, siempre había sido muy aplicado en sus estudios, tal vez resultado de la manera estricta en que lo criaron sus padres, en conjunto con su reservada vida social.
¿De qué manera podríamos decirlo, de manera más breve? Probablemente podamos decir que mientras Mitchel era el más popular de su grupo, Allen era el más "nerd". Dos mundos, completamente distintos, antagónicos hasta cierto punto, conviviendo por casualidad en un pequeño salón de clases.
No le tomó mucho tiempo a Allen percatarse de la existencia de Mitchel. Un día, en el salón de clases, simplemente volteó y lo vio pasar... Y eso fue suficiente. Allen no entendía porqué, pero había algo en Mitchel que lo hacía siempre buscarlo con la mirada, aunque fuera sólo un fugaz vistazo.
Y esto se volvió aún más extraño tras un par de días de observarlo, pues se dió cuenta de una cosa: Además de no poder dejar de verlo, le caía compeltamente mal. Siempre holgazaneando, siempre haciéndose el gracioso, con una bola de amigos siempre a su alrededor, animándolo y coreando sus bromitas, y dando por sentado que le era sumamente simpático a todo el mundo, mientras que durante las clases, no prestaba la más mínima atención ni interés, y si no sabía algo cuando se le preguntaba, en vez de sentirse avergonzado de ello, hacía un chiste de la situación, ¡tan desvergonzado!
Definitivamente, no lo toleraba, le causaba repudio y aversión total. Entonces, ¿por qué no podía dejar de verlo?
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