jueves, mayo 03, 2012

Érase una vez... (II)

Pasaron los días, y Allen poco a poco se fue haciendo de algunos amigos. No muchos, sólo un par de muchachos de su salón, pero era lo suficiente para que se sintiera más agusto y seguro en su nueva escuela.
Era muy diferente ser el "nerd" del salón, a quien todo lo que sus maestros le preguntaran en clase podía responder, y no faltaba con ninguna tarea, si de vez en cuando lo veían sus compañeros platicar con alguno de sus amigos durante la clase, perdiendo un poco la atención, riéndo en volumen bajo para evitar un regaño del profesor en turno.
Los recreos y las clases de deportes también mejoraban muchísimo con un par de amigos con los cuales disfrutarlos y juguetear un poco... Claro, nada que ver con la bola de amiguetes de Mitchel, que siempre lo coreaban y animaban.
Así es... A pesar de dedicarse a las clases, y pasar ahora también tiempo con sus amigos, el pobre Allen seguía sin poder quitárle la vista de encima al idiota de Mitchel, y lo peor de todo, sin comprender en lo más mínimo que es lo que tanto le llamaba la atención de alguien tan desinteresado e irresponsable.
Lo peor llegaba durante las clases de deportes; durante el recreo, al menos se distanciaban, pues Mitchel siempre iba a jugar soccer o basquetbol con sus amigos en las canchas de la escuela, mientras que Allen se iba hacia las jardineras a jugar con figuritas de plástico o a cazar inséctos (si, yo sé, eso lo hace ver aún más nerd, ¿cierto?). Pero en deportes, tenía que estar en las canchas, junto con ese remedo de estudiante.
Y era en esas clases en las que menos podía despegarle la vista. Verlo reir y jugar bajo el sol, percatarse del brillo y caida de su negro cabello al correr y saltar, contemplarlo corriendo, el respirar en su pecho... Era lo peor que le podía pasar a Allen, pues quedaba prendado de tales imágenes, y no podía hacer nada dirigir su mirada a cualquier otra cosa por más de 5 minutos.
"Pero si es tan... ¡Abominable!" -pensaba Allen- "Me cae tan mal, es tan payaso... ¡¿Qué tanto le veo?!".
Y así, día con día, crecía la necesidad de observar en la distancia a Mitchel, y por lo tanto, el número de miradas dirigidas a él aumentaba proporcionalmente.
La cuestión era, ¿Mitchel lo habría notado?

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